14 mayo, 2015

Primero pienso, luego existo I: Sobre ideas retrógradas que aún prevalecen


«El discapacitado es quien debe adaptarse a la sociedad, no la sociedad al discapacitado.»


Esta es una frase que muchos, muchos de mis profesores erigieron como bandera durante mi época de estudiante, y en algunos casos no me quedó otra opción que joderme y aprender a torearlos, y en otras, sí que pude defenderme y sacar las garras.

Lo que me parece inadmisible es que en pleno 2015, esta idea tan retrógrada prevalezca entre la gente, entre personas que supuestamente tienen educación y un millón de títulos y posgrados. Me parece inconcebible que hablemos de liberación femenina, que se armen los escándalos del siglo cuando alguien ve a un chuchito que cojea  (que no tengo nada en contra de eso, me encantan los perros y odio cuando alguien los lastima por diversión), que se defiendan los derechos de la comunidad LGBT, y sin embargo, se siga creyendo que el discapacitado sea quien debe adaptarse a la sociedad, y no la sociedad al discapacitado. De verdad, no lo entiendo, y para quienes todavía emplean este argumento tan arcaico, dispensen que lo diga de una forma tan ruda, pero ocupar esta frase no es más que un reflejo de su propia ignorancia, de que no tienen idea de cómo tratar a una persona con discapacidad, o peor, que les aterra la idea de acercarse a una (por la razón que sea).

Vamos a ver, intentaré ponerme en ambas posiciones, porque antes de ser discapacitada era una persona como la media de la población, y soy de las que intenta casi siempre ponerse en los zapatos de los demás.

Cuando una persona con discapacidad solicita que el entorno o el material sea adaptado a sus necesidades, parece muy lógico pensar que es problema del invidente —recordemos que este es un blog que habla sobre la ceguera— el adaptarse a ese entorno y o al material, y no al revés, porque, en apariencias, es más sencilla esta opción que invertir tiempo, energía y recursos en adaptaciones arquitectónicas, educativas y o comunicativas. Es más sencillo, en apariencias, que el ciego se las ingenie para andar en la calle, en vez de que se construyan rampas en cada esquina; es más fácil que le lean los libros en su casa a que yo, como profesor, ocupe técnicas varias para enseñarle en el aula; es más fácil que alguien le describa lo que pasa en la tele a que se implemente la tecnología «audio descriptiva» (Audesc) en los programas más comunes (y ojo, digo los más comunes, no en toda la programación).

Porque al fin y al cabo, la sociedad no tiene la culpa de que esa persona haya quedado ciega o naciera así. No es pedo de la sociedad que esa persona sea tuerta, tenga cataratas o una tremenda bizquera…seguro algo malo hizo y por eso Dios lo castigó. Pero en definitiva, no es culpa de la sociedad.

Una cosa sí es cierta: la sociedad no tiene la culpa de que unos seamos chocos y otros no (nadie tiene la culpa, creo yo, simplemente son cosas que pasan), también entiendo la conmoción que vive un maestro regular cuando de repente llega un alumno invidente a su clase, porque si bien la escuela puede anunciar a los cuatro vientos que da apoyo a los discapacitados, ello no significa que sus maestros estén preparados para dicha experiencia. Sin embargo, «el discapacitado es quien debe adaptarse, y no yo a él», no es, ni por asomo, una excusa válida para negarse a hacer las adaptaciones pertinentes ante sus necesidades especiales.

¿Y por qué no? La respuesta es muy simple: porque el que tiene todos sus sentidos, amigo mío, eres tú. Me dirás: « ¡Pero yo no tengo la culpa!» No, pero el invidente en cuestión tampoco la tiene. Y aquí hay dos verdades: tú estás completo (o eso se supone), y el ciego es, como tú, un ser humano. Y si no mal recuerdo, todos los seres humanos tenemos los mismos derechos, sin importar el qué. Y eso incluye derecho a estudiar, a transitar por la banqueta sin partirse la madre, y a disfrutar de la tele sin depender de nadie para hacerlo.

Por otra parte, me gustaría que entendieras todo lo que implica el que un invidente se adapte a una sociedad enteramente visual, que, contrario a lo que muchas personas piensan, sí hacemos, desde el instante en que ponemos un pie fuera de nuestras casas:

Para empezar, el bastón blanco no es gratis (o al menos, a mí no me salió gratis), y usarlo no es nada más moverlo de un lado a otro. Utilizar correctamente el bastón blanco implica entrenamiento. Es más, los sentidos, el resto de sentidos que le quedan a una persona ciega, no se desarrollan por arte de magia, tal y como te lo ponen en las pelis. Una parte de ellos sí, pero otra, necesita ser entrenada rigurosamente, y ese entrenamiento no lo dan a la vuelta de la esquina, desafortunadamente no hay centros que nos capaciten para la movilidad en todas partes. Ni hablar de los perros lazarillo. Esos, aparte del entrenamiento que deben llevar junto contigo (que tampoco es gratis) comen (y bastante, son razas grandes), deben ser vacunados y aseados. Has cuentas, sólo en comida, vacunas, jabón y agua (suponiendo que se bañe en casa de su dueño, que creo que así debe ser, no sé, nunca he tenido un perro guía) ¿Cuánto es? Sale cariñoso, compañero, y apenas empiezo.

Ahora, ten en cuenta que muchos de nosotros aparte de la ceguera, tenemos otras enfermedades, ¿y qué crees? Las medicinas tampoco nos salen gratis. Medicinas que tomamos a diario, por cierto. Y hay más: tenemos que comprar papel especial para puntear el braille, además de que ni la regleta, ni el punzón, ni la máquina Perkins (una máquina de escribir, pero que puntea braille en vez de escribir en negro) son gratis, o bien (amén por la tecnología), comprar una computadora portátil para poder instalarle un lector de pantalla (un software que nos lee todo lo que hay en la pantalla y que nos permite usar el ordenador, el cual, a saber y siendo estrictos, tampoco es gratis) para así, tomar apuntes en las clases. « ¡Cling, cling!» Hace el signo de pesos. Y estoy hablando de un invidente que apenas y usa lo básico (sin contar el ordenador, claro). Ahora, si quieres que me ponga moderna y te hable de aparatitos fregones y especializados, ahí te va: un termómetro clínico parlante está en 433 pesos mexicanos. Un baumanómetro parlante en 2740 pesos. ¿Y eso como para qué? Pues para ser independiente, compañero, ¿o es que te piensas que mi mamá está todo el tiempo en casa o va a ser eterna? ¿Y qué tal si un día la que se enferma es ella? Tocarle la frente no es suficiente, y mis yemas de los dedos no son tan chingonas como para medir la presión arterial.

Y sólo te he hablado de lo económico…pero eso, para que veas que no nos regalan nada, y que nos cuesta bastantito adaptarnos a la sociedad.

« ¡Ya, lo que tú quieres es que te tengamos lástima!»

No, amigo vidente, nada más alejado de la realidad. Más bien, me gustaría que incluyeras una nueva palabra en tu vocabulario: consideración. No, no, no es sinónimo de lástima, ni de obligación. Te explicaré: la lástima es pasiva, la lástima es cuando te quedas viendo a alguien y dices (para tus adentros o en voz alta): « ¡ay, pobrecito!», sin hacer nada. Yo no quiero que hagas eso. Yo lo que quiero, es que cuando te topes con una persona ciega en la calle te acerques y le preguntes si necesita ayuda, en vez de partirte de risa o quedarte pasmado sin saber qué hacer.

Me gustaría, que si te llega un alumno invidente te informaras, te capacitaras, le ayudases a sacar sus estudios adelante, en vez de ponerle las mil trabas, o peor, ignorarlo como si no existiera. ¿Qué no te pagan extra por ello? Lo sé, compañero, y te entiendo, soy de las que cree que la institución que acepta invidentes debería pagar la capacitación de sus maestros, o al menos, contar con un maestro de educación especial, o de pérdida, con un psicólogo capacitado (porque no todos los psicólogos saben al respecto, a menudo e irónicamente los psicólogos son los que más tienden a discriminar, y me da mucha pena decirlo), pero por desgracia, no todas las instituciones son así. Sin embargo, te aseguro que si te preocupas por el tema, ese niño, adolescente o joven invidente jamás se olvidará de ti, porque si algo tenemos, amigo vidente, es que no olvidamos a las personas que alguna vez nos echaron la mano. No que nos regalaron calificación, a nosotros nos gusta ganarnos las cosas por nuestros propios méritos, sino que se preocuparon por nuestra discapacidad y se esforzaron porque entendiéramos la clase. Y si la gratitud de una persona en situación vulnerable no te vale…entonces, no sé qué más te puedo decir.

Pero no puedo obligarte. Y esto va para las personas ciegas: por más leyes que existan, no se puede obligar a la sociedad a ayudar, porque la ayuda, la verdadera ayuda, es voluntaria. Así como consideración no es sinónimo de lástima, tampoco lo es de obligación. No significa que no podamos alzar la voz, claro que podemos, estamos en todo nuestro derecho, pero al menos a mí, la vida me ha enseñado que cuando llegas exigiendo algo, sacudiendo las leyes como si fueran un estandarte, lo único que consigues es violentar a la gente, porque al final de cuentas, la violencia sólo engendra más violencia. Y si a lo mejor consigues algo…al final la experiencia resulta tan desgastante, y te hacen tanto daño, que te quedan muy pocas —sino es que nulas— energías para poder continuar. Y en la vida de un discapacitado, se necesita la energía para poder caminar, porque la senda que recorremos, no es precisamente llana.

Con todo esto quiero decir que entiendo a las personas «normales» que se enfrentan a una persona con discapacidad visual por primera vez, pero me gustaría que tuvieran eso, un poquito de consideración antes de soltar la frasecita que aparece al inicio de este artículo. Hablar es muy sencillo, pero contemplar toda la panorámica, más aún, vivirla, es algo completamente distinto.

Y a las personas que no ven, por favor, no sean déspotas a la hora de pedir las cosas. Sí, tenemos derechos, somos seres humanos como cualquiera y a veces tenemos días en los que el cansancio de todas las injusticias que traemos encima puede más, pero recuerden, por favor recuerden, que en la forma del pedir está el dar.

Y por último, para todos aquellos que deseen capacitarse o concientizar a determinado grupo, sepan que su servidora está aquí, y con mucho gusto les echo la mano, que nada me cuesta compartir mis experiencias, técnicas y conocimientos respecto a la ceguera. Ya sea con talleres, capacitación para maestros, padres de familia u otras personas invidentes, pueden escribirme a: tess_itza_ortaceli@hotmail.com (no olviden rellenar el espacio de asunto), yo les atenderé con gusto ;-)

 

«No estás solo, vidente, déjame enseñarte mi mundo. Y tú, invidente, ven y platica conmigo, que con mi voz, te consolaré y defenderé.»

1 comentario: