01 mayo, 2015

¿Discriminación? ¿Dónde?


No es la primera vez que oigo la expresión plasmada en el título de este artículo. « ¿Discriminación? ¿Aquí en México? ¡No, para nada, eso no se da!». Y cada vez que la oigo no puedo evitar reírme, porque aunque sí, hay lugares en donde existe mucha mayor consciencia hacia los discapacitados, la discriminación se da en todas partes del globo terráqueo. Y la explicación es muy simple: el ser humano se desconcierta / asusta ante lo desconocido, ante lo que no comprende. Por ende, la discriminación se da aquí y en China, gente, incluso en los países llamados «primermundistas».

Pero el día de hoy no voy a debatir sobre dónde hay más discriminación (qué, por otra parte, no me reporta ningún beneficio en lo personal), más bien, me gustaría compartir los eventos discriminatorios que más me han marcado a lo largo de mi vida.

Recuerdo que mientras iba a la secundaria, llevábamos la materia de física. Yo nunca he sido buena con las matemáticas, ya que aparte de ser ciega, soy disléxica. ¡A que es gracioso! A mí me da gracia ahora xD…el caso es que dentro de la materia acudíamos al laboratorio para hacer experimentos. En una ocasión, íbamos a trabajar con materiales peligrosos, y vengo yo y le explico a la profesora que me era imposible hacer la práctica. El trabajo era en equipo, así que yo propuse hacerme cargo de la compra de los materiales, a cambio de que el resto de integrantes de mi equipo hicieran la práctica. Yo iba a estar presente en ella, por supuesto, porque ellos bien podían describirme lo que pasaba en el experimento, aunque yo no trabajara directamente con la pipeta.

Pero me quedé helada cuando mi profesora se negó. «Tienes que trabajar tú misma con la pipeta», me dijo. «Si te describen lo que pasa, entonces no serán tus propias observaciones, y es como que si no estuvieras…». Me quedé tan pasmada que al principio no le respondí. Después pensé que no me había explicado bien, o sea, que el hecho de «ser ciega» no había quedado lo suficientemente claro, así que con toda la paciencia del universo, volví a explicarle a mi profesora que yo no veía —que, por otra parte, era ridículo, ya que íbamos a mitad del curso—, por aquello de que no le hubiera quedado claro. Luego, le expliqué que al no ver, corría el riesgo de quemarme si usaba la pipeta…y entonces, ella me cortó: «si vas a esperar que todos te tengamos consideración, entonces, no vas a poder mucho con este mundo, niña. El mundo, allá afuera (como si estuviera en una escuela especial) es cruel, y nadie te va a tener consideración. Te estoy haciendo un favor, créeme. Si no puedes hacer el experimento entonces, simple y sencillamente tienes cero en lo que respecta a la parte práctica de tu calificación.»

No podía creérmelo. Quiero decir, me he topado con un montón de gente ignorante en mi corta trayectoria, pero aquello era el colmo del atarantamiento —por no decir otra cosa—. En mi ingenuidad, acudí a la madre coordinadora —estudié hasta la secundaria en un colegio de monjas—, pero cuál va siendo mi sorpresa que ella opinaba exactamente lo mismo que mi maestra. Es más, tuvo el descaro de decirme que mis notas en matemáticas eran bajas —mas no reprobatorias—, y que eso no estaba bien, porque aquella era una escuela de prestigio… ¿Se imaginan mi estupefacción e indignación, no? Seguro que sí. Habían chicos suspendiendo materias, pero la monja me echó el sermón del siglo porque mis notas en matemáticas eran bajas. Le conté a mi madre lo ocurrido y, al día siguiente, ella fue a hablar con la madrecita coordinadora, porque seguramente se había puesto así conmigo por ser yo sólo una chiquilla de catorce años.

Pero mi edad no tenía absolutamente nada que ver. Las palabras exactas que la monja le dijo a mi madre fueron: «señora, si su hija no puede con el ritmo de esta escuela, entonces sáquela, que aquí no es ninguna institución para discapacitados». Mi madre estaba furiosa, y yo también, por supuesto. Al final, tuve cero en esa parte de mi calificación, pero de puro milagro no suspendí la materia. Al final, terminé la secundaria en «esa prestigiosa escuela», y me fui a otra parte para hacer el bachiller. Sé que hasta la fecha, las dichosas monjitas no aceptan en su «prestigiosa escuela» a ningún discapacitado, y que los pocos que han tenido, han sido discriminados hasta la saciedad. Más tarde o más temprano, el carma y mi sexy hermana menor se encargaron de darle lo suyo a la madre coordinadora y a la profesora que me discriminaron, aunque por desgracia, las monjas siguen haciendo de las suyas con los que «no podemos con el ritmo de su prestigiosa escuela».

Curiosamente, el siguiente evento discriminatorio más fuerte vino cuando, precisamente, intentaba por todos los medios encontrar una escuela que me aceptara para estudiar el bachillerato. Había entrado a estudiar en el sistema abierto, pero cuando llegó la hora de los exámenes y yo pedí que se me aplicaran de forma oral, el encargado de las prepas abiertas de la secretaría (sí, ¡de la SEP!) se negó en redondo, porque según él, mis maestros podían favorecerme anotando las respuestas correctas y no las que yo les diera. Para no hacerles largo el cuento, dejé el sistema abierto porque el tipejo estaba empeñado en joderme la existencia, y, encima, tuvo la desfachatez de decirle a mi madre: «señora, ¿para qué estudia su hija? Nadie le va a dar trabajo…». Por fortuna, encontré una institución que, con todo y sus sinsabores —porque como dije antes, la discriminación está a la orden del día— me permitió sacar la preparatoria en un sistema regular y escolarizado. Fue ahí donde estudié la universidad… y fue en la universidad donde ocurrió el siguiente evento:

Resulta que ya cuando estaba a punto de graduarme —en el último semestre, de hecho—, dos “simpáticas” profesoras se empeñaron en fastidiarme hasta el cansancio, basándose en el argumento de: «¿qué clase de psicóloga vas a ser si no puedes observar al paciente? ¡Tú no puedes ser psicóloga!». ¡Por favor! Si tanto les preocupaba el tipo de psicóloga que iba a ser, me hubieran soltado aquello en los primeros meses de la carrera, no cuatro años después. Afortunadamente, para ese entonces yo era un hueso duro de roer, y que me partiera un rayo si dejaba la carrera en el último semestre. Antes me daba un baño en mierda, joder. Cierto, en algunos instantes no me quedó más que morderme la lengua, porque a veces es necesario hacerlo. Aunque existan leyes, aunque existan muchas cosas, a veces, morderse la lengua y encerrarse en un cubículo de los aseos para llorar amargamente es lo único que nos queda. Eso, y aguantar los chingadazos lo mejor posible. Hubo momentos en los que no me podía contener y mal contestaba, porque aunque soy una persona paciente, cuando alcanzan mi punto de encabronamiento…más vale que corran. Mis profesoras no corrieron, desde luego, porque ellas tenían agarrada la sartén por el mango, pero tampoco consiguieron que yo desistiera de graduarme. Y me enorgullece decir que fui el promedio más alto de mi generación. No sé si sea buena o mala psicóloga, eso no lo juzgo yo, aunque por los rumores que me han llegado de la gente que ha recibido mis talleres, creo que me defiendo bastante bien ;-)

Lo que quiero que quede claro con este artículo es que la discriminación está y estará allí siempre. Pero no por eso debemos desistir, creo firmemente que los invidentes podemos hacer un sinfín de cosas, no sólo vender periódicos en las calles —y ojo, con esto no quiero decir que eso sea denigrante, uno de mis instructores de bastón blanco a eso se dedicaba, y se conocía la ciudad de punta a cabo—, no sólo pedir limosna, sino prepararnos y estudiar una carrera, y salir e intentar conquistar al mundo, como cualquier otra persona. ¿Qué no es fácil? No, no lo es, cuesta un huevo y el otro, pero vale la pena intentarlo, vale la pena pelearse con la gente, con los maestros, con tus propios compañeros de clase, porque al final, al final sólo nos quedará lo que nosotros mismos podamos hacer, porque nos guste o no admitirlo, nuestros familiares no van a ser eternos, y entonces sí, sabremos lo que es vérselas negras.

Por eso, si tienes algún conocido con alguna disminución visual, anímalo a salir de casa, a estudiar, a hablar de su problema y a burlarse de él, porque sí, cuando la vida te da la espalda, lo mejor es darle una nalgada, ¿y quién mejor que un ciego para hacer cosas con las manos? ;-)

2 comentarios:

  1. Puedo decir que me toco estar en tu ultimo round contra la discriminación, y así como entonces, sigo pensando que podrás con eso y todo lo que se te presente. Por cierto, ame el final de este escrito jejeje ;)

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    1. ¡Hola chico!
      Jajaja, parece que a muchos les gustó el final de este artículo, la verdad es que salió de repente, vaya, que no tenía idea de cómo terminarlo x3
      Un abrazo, y gracias por toda la buena vibra ;-)

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