No es la primera vez que oigo
la expresión plasmada en el título de este artículo. « ¿Discriminación? ¿Aquí
en México? ¡No, para nada, eso no se da!». Y cada vez que la oigo no puedo
evitar reírme, porque aunque sí, hay lugares en donde existe mucha mayor
consciencia hacia los discapacitados, la discriminación se da en todas partes
del globo terráqueo. Y la explicación es muy simple: el ser humano se
desconcierta / asusta ante lo desconocido, ante lo que no comprende. Por ende,
la discriminación se da aquí y en China, gente, incluso en los países llamados «primermundistas».
Pero el día de hoy no voy a
debatir sobre dónde hay más discriminación (qué, por otra parte, no me reporta
ningún beneficio en lo personal), más bien, me gustaría compartir los eventos
discriminatorios que más me han marcado a lo largo de mi vida.
Recuerdo que mientras iba a la
secundaria, llevábamos la materia de física. Yo nunca he sido buena con las
matemáticas, ya que aparte de ser ciega, soy disléxica. ¡A que es gracioso! A
mí me da gracia ahora xD…el caso es que dentro de la materia acudíamos al
laboratorio para hacer experimentos. En una ocasión, íbamos a trabajar con
materiales peligrosos, y vengo yo y le explico a la profesora que me era
imposible hacer la práctica. El trabajo era en equipo, así que yo propuse
hacerme cargo de la compra de los materiales, a cambio de que el resto de
integrantes de mi equipo hicieran la práctica. Yo iba a estar presente en ella,
por supuesto, porque ellos bien podían describirme lo que pasaba en el
experimento, aunque yo no trabajara directamente con la pipeta.
Pero me quedé helada cuando
mi profesora se negó. «Tienes que trabajar tú misma con la pipeta», me dijo. «Si
te describen lo que pasa, entonces no serán tus propias observaciones, y es
como que si no estuvieras…». Me quedé tan pasmada que al principio no le
respondí. Después pensé que no me había explicado bien, o sea, que el hecho de «ser
ciega» no había quedado lo suficientemente claro, así que con toda la paciencia
del universo, volví a explicarle a mi profesora que yo no veía —que, por otra
parte, era ridículo, ya que íbamos a mitad del curso—, por aquello de que no le
hubiera quedado claro. Luego, le expliqué que al no ver, corría el riesgo de
quemarme si usaba la pipeta…y entonces, ella me cortó: «si vas a esperar que
todos te tengamos consideración, entonces, no vas a poder mucho con este mundo,
niña. El mundo, allá afuera (como si estuviera en una escuela especial) es
cruel, y nadie te va a tener consideración. Te estoy haciendo un favor, créeme.
Si no puedes hacer el experimento entonces, simple y sencillamente tienes cero
en lo que respecta a la parte práctica de tu calificación.»
No podía creérmelo. Quiero
decir, me he topado con un montón de gente ignorante en mi corta trayectoria,
pero aquello era el colmo del atarantamiento —por no decir otra cosa—. En mi
ingenuidad, acudí a la madre coordinadora —estudié hasta la secundaria en un colegio
de monjas—, pero cuál va siendo mi sorpresa que ella opinaba exactamente lo
mismo que mi maestra. Es más, tuvo el descaro de decirme que mis notas en
matemáticas eran bajas —mas no reprobatorias—, y que eso no estaba bien, porque
aquella era una escuela de prestigio… ¿Se imaginan mi estupefacción e
indignación, no? Seguro que sí. Habían chicos suspendiendo materias, pero la
monja me echó el sermón del siglo porque mis notas en matemáticas eran bajas.
Le conté a mi madre lo ocurrido y, al día siguiente, ella fue a hablar con la
madrecita coordinadora, porque seguramente se había puesto así conmigo por ser
yo sólo una chiquilla de catorce años.
Pero mi edad no tenía
absolutamente nada que ver. Las palabras exactas que la monja le dijo a mi madre
fueron: «señora, si su hija no puede con el ritmo de esta escuela, entonces
sáquela, que aquí no es ninguna institución para discapacitados». Mi madre estaba
furiosa, y yo también, por supuesto. Al final, tuve cero en esa parte de mi
calificación, pero de puro milagro no suspendí la materia. Al final, terminé la
secundaria en «esa prestigiosa escuela», y me fui a otra parte para hacer el
bachiller. Sé que hasta la fecha, las dichosas monjitas no aceptan en su «prestigiosa
escuela» a ningún discapacitado, y que los pocos que han tenido, han sido
discriminados hasta la saciedad. Más tarde o más temprano, el carma y mi sexy
hermana menor se encargaron de darle lo suyo a la madre coordinadora y a la
profesora que me discriminaron, aunque por desgracia, las monjas siguen
haciendo de las suyas con los que «no podemos con el ritmo de su prestigiosa
escuela».
Curiosamente, el siguiente
evento discriminatorio más fuerte vino cuando, precisamente, intentaba por
todos los medios encontrar una escuela que me aceptara para estudiar el bachillerato.
Había entrado a estudiar en el sistema abierto, pero cuando llegó la hora de
los exámenes y yo pedí que se me aplicaran de forma oral, el encargado de las
prepas abiertas de la secretaría (sí, ¡de la SEP!) se negó en redondo, porque
según él, mis maestros podían favorecerme anotando las respuestas correctas y
no las que yo les diera. Para no hacerles largo el cuento, dejé el sistema
abierto porque el tipejo estaba empeñado en joderme la existencia, y, encima,
tuvo la desfachatez de decirle a mi madre: «señora, ¿para qué estudia su hija?
Nadie le va a dar trabajo…». Por fortuna, encontré una institución que, con
todo y sus sinsabores —porque como dije antes, la discriminación está a la
orden del día— me permitió sacar la preparatoria en un sistema regular y
escolarizado. Fue ahí donde estudié la universidad… y fue en la universidad
donde ocurrió el siguiente evento:
Resulta que ya cuando estaba
a punto de graduarme —en el último semestre, de hecho—, dos “simpáticas” profesoras
se empeñaron en fastidiarme hasta el cansancio, basándose en el argumento de: «¿qué
clase de psicóloga vas a ser si no puedes observar al paciente? ¡Tú no puedes
ser psicóloga!». ¡Por favor! Si tanto les preocupaba el tipo de psicóloga que
iba a ser, me hubieran soltado aquello en los primeros meses de la carrera, no
cuatro años después. Afortunadamente, para ese entonces yo era un hueso duro de
roer, y que me partiera un rayo si dejaba la carrera en el último semestre.
Antes me daba un baño en mierda, joder. Cierto, en algunos instantes no me
quedó más que morderme la lengua, porque a veces es necesario hacerlo. Aunque
existan leyes, aunque existan muchas cosas, a veces, morderse la lengua y
encerrarse en un cubículo de los aseos para llorar amargamente es lo único que
nos queda. Eso, y aguantar los chingadazos lo mejor posible. Hubo momentos en
los que no me podía contener y mal contestaba, porque aunque soy una persona
paciente, cuando alcanzan mi punto de encabronamiento…más vale que corran. Mis
profesoras no corrieron, desde luego, porque ellas tenían agarrada la sartén
por el mango, pero tampoco consiguieron que yo desistiera de graduarme. Y me enorgullece
decir que fui el promedio más alto de mi generación. No sé si sea buena o mala
psicóloga, eso no lo juzgo yo, aunque por los rumores que me han llegado de la
gente que ha recibido mis talleres, creo que me defiendo bastante bien ;-)
Lo que quiero que quede claro
con este artículo es que la discriminación está y estará allí siempre. Pero no
por eso debemos desistir, creo firmemente que los invidentes podemos hacer un
sinfín de cosas, no sólo vender periódicos en las calles —y ojo, con esto no
quiero decir que eso sea denigrante, uno de mis instructores de bastón blanco a
eso se dedicaba, y se conocía la ciudad de punta a cabo—, no sólo pedir limosna,
sino prepararnos y estudiar una carrera, y salir e intentar conquistar al
mundo, como cualquier otra persona. ¿Qué no es fácil? No, no lo es, cuesta un
huevo y el otro, pero vale la pena intentarlo, vale la pena pelearse con la
gente, con los maestros, con tus propios compañeros de clase, porque al final,
al final sólo nos quedará lo que nosotros mismos podamos hacer, porque nos
guste o no admitirlo, nuestros familiares no van a ser eternos, y entonces sí,
sabremos lo que es vérselas negras.
Por eso, si tienes algún
conocido con alguna disminución visual, anímalo a salir de casa, a estudiar, a
hablar de su problema y a burlarse de él, porque sí, cuando la vida te da la
espalda, lo mejor es darle una nalgada, ¿y quién mejor que un ciego para hacer
cosas con las manos? ;-)
Puedo decir que me toco estar en tu ultimo round contra la discriminación, y así como entonces, sigo pensando que podrás con eso y todo lo que se te presente. Por cierto, ame el final de este escrito jejeje ;)
ResponderEliminar¡Hola chico!
EliminarJajaja, parece que a muchos les gustó el final de este artículo, la verdad es que salió de repente, vaya, que no tenía idea de cómo terminarlo x3
Un abrazo, y gracias por toda la buena vibra ;-)