¡Hola a todos!
Ya sé, que a esta pobre
criatura la agarro cada que se me antoja…pero bueno, espero, además de irle dando
forma de diario informativo sobre la discapacidad visual, convertirla también
en algo personal, una especie de bitácora dónde compartir mis peripecias
personales, fuera del ámbito literario.
Resulta que el día de ayer
renuncié a mi trabajo principalmente, por cuestiones de salud. Es sumamente
difícil entender que no puedo rendir ocho horas de trabajo como los demás,
porque simplemente, mi cuerpo colapsa. Es algo que todavía no supero, si he de
ser honesta, el hecho de tener un cuerpo tan debilucho y enfermizo, y me enfurece
hasta las lágrimas, lo juro, pero tampoco es algo que esté en mis manos solucionar.
La cuestión es que mi
principal preocupación radicaba en que por supuesto, ya no voy a tener ingresos
monetarios, e independientemente de que soy una compradora compulsiva, la mitad
de mi quincena se la daba a mi madre, para que ocupara ese dinero en lo que
ella necesitase. El caso es que ya no podré darle ese poco o mucho apoyo. Y me
sentía bastante mal, angustiada incluso, porque aunque no nos estamos muriendo
de hambre en mi casa, bueno, me choca sentir que no puedo ayudar a mi madre de
algún modo.
Así que desde anoche comencé
a orar para que Dios me ayudase a sacar algunos pesos de mis letras, a saber, a
lo mejor puedo vender cartas navideñas, o trabajar para alguna empresa que necesite
de servicios de redacción. Y por supuesto, me pregunté de qué carajo me servía
que tuviera cierto número de lectores aquí o allá, o menciones honoríficas, o
publicaciones…si nada de eso me daba un quinto para aportar a mi casa.
El caso es que acompañé a mi
hermana a comprar comida (unas gorditas que son una exquisitez), y mientras
compartíamos un refresco me topé con la sorpresa de que el dueño del negocio es
uno de los profesores que me dio clases en la preparatoria. Yo lo saludé, muy
contenta, y a él también le dio mucho gusto verme…pero casi me desmayo cuando
me dijo que no eran nada de las diez gorditas ni del refresco, porque él nos
las iba a invitar. Y no estamos hablando de cinco pesos.
Desde entonces he pensado
muchas cosas durante el transcurso del día. A lo largo de mi caminar me he
topado con mucha gente, pero en realidad no me doy cuenta del impacto que causo
en ella, porque vaya, no es mi intención ser el centro, más bien procuro vivir
la vida lo mejor que puedo, como cualquier otra persona. Sin embargo, esa gente
me recuerda con mucho cariño. Algunos me admiran, y yo no entiendo por qué. «Porque
haces cosas extraordinarias», me han dicho, pero yo sigo sin ver nada de eso.
Y aunque mis letras no me dan
para subsistir todavía, al menos sé que mi torpe mortalidad nos consiguió, a mi
familia y a mí, gorditas para comer, y eso me hace sentir sumamente agradecida
con mi maestro, con la vida, y con aquel que está allá arriba. En fin, que
espero que mi maltrecho cuerpo se recupere y pueda conseguir un nuevo empleo…si
alguien sabe de algo relacionado con letras o psicología, ya saben, no duden en
avisarme.
¡Feliz noche a todos!
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